14 de septiembre, vuelta al cole.
Lo que puede parecer en un principio un tema fácil de ilustrar fotográficamente
se convierte en odisea cuando se trata de menores de edad. Cada empresa tiene
su código y en la mía no se retrata a los menores. Así que imaginaos el ingenio
de los fotógrafos para sacar una foto decente en un tema donde los
protagonistas, que son los niños no pueden salir reconocibles.
¿Y qué significa reconocibles?
Significa que obviamente no puedes enviar ninguna imagen donde aparezca una
sola cara de un niño, ni de frente, ni de lado, ni boca arriba, ni boca abajo.
¿Y eso no se arregla con pixelarlos? Pues no, no lo arreglamos así. Tal vez sería
una solución rápida pero un poco chapucilla porque reconozcámoslo, ver una foto
donde la vista se te va a una cosa extraña como unos cuadros gigantes le quita
la gracia a todo. ¿Y eso en qué se traduce? En que, Marta, olvídate de caritas
de ilusión por reencontrar a los amiguitos, en expresiones de dolor por ver
cómo los papis se marchan, en rostros emocionados por ver lo chulas que son las
nuevas aulas dejando atrás los barracones… Otro día os contaré el “más difícil todavía
II” intentando hacer una cabalgata de los Reyes Magos. Y es que ¿qué es una cabalgata
sin una expresión de flipe total de un niño? Una misión imposible.
Así que ayer crucé los dedos y
dije “¡A por ellos!”. El recurso más fácil siempre suele ser el de hacerlos de
espaldas… pero a no ser que la foto tenga muchísima potencia, las espaldas no
hacen más que molestar porque en el fondo siempre que miramos a alguien lo
hacemos a la cara. Imaginaos además lo difícil que es encontrar que toooodos los
niños que aparecen en la imagen estén de espalda. Es una vuelta al cole, con
tropecientos niños y cuando encuentras una situación que piensas que vale la
pena de repente te das cuenta que detrás o en el fondo o colgados de una liana o por el sitio más inverosímil
aparece la carita de algún renacuajo haciendo que esa foto ya no sirva para
nada.
Mi frustración es que estuve más de 5 minutos
persiguiendo a dos niños monísimos. Una niña de pelo rizadísimo que no paraba
de jugar con una plancha del pelo y a su hermano vestido de rey moderno con
unas gafas amarillas chillonas. ¿El ambiente? Una sala chulísima emulando un
camerino con disfraces, espejo para acicalarse… y ese espejo que me miraba y me
decía “venga, aproxímate y hazles la foto desde mi reflejo, ahora que me miran
de frente…” y yo negándome “¡no! ¡Que no puedo, no me lo pongas más difícil!”. Pero
después aún apareció otro niño súper tierno a punto de colocarse una nariz de
payaso en la misma sala… “Este enano tendría un primer plano buenísimo con ese
rojo potente y esa cara inocentona…” Y se la probó y estaba tan gracioso… y mientras
yo con mi cámara en mano sin poder mirar por el objetivo…
Pero ayer salí contenta. Hay
veces que los astros se alinean y otras que no. Obviamente la experiencia es un
grado pero la suerte si está de nuestra mano lo hace todo más llevadero. Ayer
no sé si fue lo primero más que lo segundo, lo segundo más que lo primero o lo
que es más probable, una buena mezcla de las dos. El caso es que estas dos
imágenes resolvieron, a mi parecer, muy bien el tema sin necesidad de poner
demasiados hombros de por medio. ¿Qué mejor que dos criaturas que por sí mismas
ya se esconden inconscientemente de la cámara?
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