19 dic 2011

UNA NOCHE EN LA ÓPERA

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Érase una vez una mujer entrada en años (muchos años), vestida de veintiún botones y conjuntada con un cabello dorado para disimular su completo pelo blanco. Delgadita y con mil y una arrugas se había sentado en primera fila y se balanceaba continuamente para poder ver más de cerca los músicos en el foso. Sin acompañante alguno hizo amigos pronto, aunque estos lo fuesen tan solo durante la pausa de  veinte minutos. Su marido la esperaba en casa, y ella de negro elegante había acudido a su cita  habitual sabiendo que allí se encontraría a otras como ella. Con María había coincidido varias veces, ya eran habituales y ésta le mandaba recuerdos de su también marido bombero retirado que también prefería permanecer en casa.
En la pausa pude observar el enorme y reflectante colgante que mostraba con gran orgullo. La gran mayúscula inscrita la definía en muchos aspectos. Hablaba con pasión de un festival del pasado año, “qué gran interpretación”, pero “qué pésimo montaje”. Este año los periódicos dicen que han bajado los abonos anuales pero el suyo no, no a ese nivel. Ni tampoco le han reducido la cuota de su otro abono en el edificio modernista, aún así los asientos de sus nietos con sus nombres inscritos en el respaldo, esos siempre los mantendrá cuesten lo que cuesten.
Y qué encantadora la señora con su sabiduría musical y su preocupación porque los espectáculos no queden huérfanos de público: “vosotros sois el futuro, si os gusta debéis venir”. Y yo que escucho atentamente y veo que todos los años de música estudiados me han servido de poco para seguir la conversación a esta nueva amiga… No recuerdo su nombre, pero me ha enamorado la ópera.

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